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Perspectiva

El desastre del festival Astroworld y la normalización de la muerte

Siguen apareciendo los macabros detalles del mortal festival de música Astroworld realizado el 5 de noviembre en Houston, Texas, donde ocho espectadores murieron y cientos más sufrieron heridas graves durante el concierto del rapero Travis Scott.

Stacey Sarminto coloca flores en un memorial en Houston, 7 de noviembre de 2021, en recuerdo de su amigo Rudy Pena, quien murió aplastado en el festival de música de Astroworld el viernes (AP Photo/Robert Busted)

Debido a la grave aglomeración en el festival y el bloqueo de las rutas de escape, lo que sucedió en Houston fue una pesadilla de asfixia y pisoteos a un nivel masivo. Se permitió que la catástrofe continuara por una hora, incluso cuando las personas fallecidas o agonizantes eran arrastradas de la multitud y las personas gritaban y le suplicaban al personal del evento que detuvieran el espectáculo.

Los sobrevivientes describen cómo la avalancha de cuerpos humanos “literalmente nos estaba sofocando tanto que las personas sangraban por su boca y nariz”. Aquellos que se caían eran “pisoteados”, en la medida en que “capas y capas” de personas caían unas sobre otros y eran a su vez pisoteadas.

Hubo incontables avisos de alarma en los meses, días y horas antes del desastre. Los organizadores del evento advirtieron repetidamente sobre el peligro de lesiones y muertes. Algunos videos grabados más temprano ese día muestran que la multitud superó la seguridad y derribó un portón, permitiendo que cientos de personas entraran sin presentar tiquetes ni pasar por controles de seguridad. El jefe de la Policía de Houston incluso visitó el tráiler de Scott antes del espectáculo para indicarle su preocupación de posible violencia.

En cada instancia, los organizadores, las autoridades y el propio músico se hicieron de la vista gorda, declarando que el espectáculo debía continuar.

El número masivo de muertes demuestra la impactante indiferencia a la vida humana por parte de los organizadores del festival y las autoridades, así como por el propio Scott, que aparece en video reconociendo la presencia de ambulancia y admiradores heridos en la multitud pero continuando el espectáculo.

No cabe duda de que Scott carga con parte de la culpa y bien podría ser legal o penalmente imputable. Pero demonizar a un individuo oculta las cuestiones sociales más amplias. ¿A qué se debe esta indiferencia sistemática hacia la muerte?

El desastre es el más reciente de una serie de “eventos de bajas masivas” en EE.UU., desde los tiroteos en las escuelas, los colapsos de edificios, las inundaciones y huracanes, que se han vuelto pasmosamente normalizados. El desastre en Houston se produce en el contexto del mayor “evento de bajas masivas” de todos, la pandemia de COVID-19, que ha matado a más de 775.000 estadounidenses.

Había claros intereses económicos de por medio. Scott (con un valor neto de 50 millones de dólares), junto con el artista invitado Drake (150 millones de dólares) y su novia Kylie Jenner (700 millones de dólares), están en el centro de una enorme máquina de hacer dinero en el negocio de los espectáculos públicos.

El festival era una empresa conjunta con Live Nation Entertainment Incorporated. Solo con la venta de 100.000 entradas se recaudaron más de 37 millones de dólares.

Live Nation es la mayor empresa de espectáculos en vivo del mundo. Gestiona más de 235 locales en 44 países y organiza multitudinarios festivales de música en Estados Unidos, como Lollapalooza y Bonnaroo. La empresa tuvo ingresos de 11.500 millones de dólares en 2019. En medio del abandono de las restricciones a la propagación del COVID-19, el precio de las acciones de Live Nation se ha disparado muy por encima de su pico anterior a la pandemia.

El evento en sí mismo nunca debió haber tenido lugar, pero es parte de un esfuerzo más amplio de la clase dominante para reabrir todo incluso cuando más de 1.000 personas en los Estados Unidos están muriendo de COVID-19 cada día. Con el objetivo de generar ganancias para sus accionistas y ejecutivos, Live Nation organizó un evento superpropagador masivo en Houston durante una pandemia global, con un aumento de casos en todo el mundo.

En Texas, se han producido 4,2 millones de casos de COVID-19 y 72.000 muertes. El gobernador del estado, Greg Abbott, es uno de los principales defensores de la “inmunidad colectiva” y de los contagios masivos. En abril, Abbott firmó una orden ejecutiva que prohibía a los organismos estatales y a las empresas que reciben fondos públicos exigir una prueba de vacunación. Al mes siguiente, firmó un proyecto de ley que castiga a los negocios que les exijan a los clientes una prueba de vacunación contra la COVID-19 para recibir servicios.

Era imposible hacer cumplir incluso los protocolos mínimos de COVID-19 que están en vigor. La multitud no estaba utilizando mascarillas y no había distanciamiento social alguno. Estaba claro que, incluso si no se hubiera atropellado a nadie, el evento habría provocado infecciones por COVID-19 y probablemente muertes.

El concierto se celebró a pesar de que era inevitable que contribuyera a una mayor propagación de la pandemia. ¿Es sorprendente entonces que los mismos organizadores y autoridades se hicieran de la vista gorda cuando quedó claro que el recinto estaba abarrotado, que el personal de seguridad era incapaz de controlar a la multitud y que el personal médico estaba agobiado incluso antes de que Scott comenzara su actuación?

Sin embargo, hay algo más que consideraciones financieras. Hay una brutalización más amplio de la sociedad estadounidense, promovido en los medios de comunicación y por toda la élite política, dentro del cual tuvo lugar el concierto de Houston. Cabe señalar que Texas es el primer estado de Estados Unidos en ejecuciones, con más de 830 personas ejecutadas desde 1930, casi el doble que el siguiente estado.

Esto se refleja en lo que pasa por la “vida cultural” del país. Durante décadas, la clase dirigente ha promovido una combinación tóxica de individualismo y egoísmo, el corolario cultural de su propio enriquecimiento masivo a expensas de la sociedad en su conjunto, y de la clase trabajadora en particular.

El contenido del concierto refleja un atraso general que se promueve sistemáticamente. La declaración de Margaret Thatcher de que “no hay sociedad” podría describir gran parte de la música rap contemporánea, con este enfoque único en el progreso personal, la codicia, el hedonismo y la glorificación de la violencia.

La música de Scott gira en torno a ganar el máximo dinero posible y “vivir el momento”, temas que impregnan gran parte de la música hip-hop comercial. Días antes del mortífero concierto, Scott lanzó una canción titulada, irónicamente, “Plan de escape”, en la que rapea sobre tener algún día una fortuna de “12 cifras”. Eso le pondría a la altura de Elon Musk y Jeff Bezos, que controlan cada uno más de 100.000 millones de dólares. La vídeo musical muestra a Scott posando delante de una sucesión de supercoches, yates y mansiones de lujo.

La alta cultura, mientras tanto, se muere de hambre. A los músicos clásicos se les ha recortado el sueldo año tras año, y los presupuestos para la educación cultural en las escuelas se están extinguiendo. Hay un ataque sistemático y continuo, orquestado por los medios de comunicación y la élite política, contra el legado de la Revolución estadounidense y la guerra civil. El nivel de degradación cultural ha llegado a un punto en el que un profesor, Bright Sheng, de la Universidad de Michigan, puede ser señalado y condenado al ostracismo por mostrar una versión cinematográfica de una de las grandes obras de Shakespeare, Otelo.

Es esta mezcla tóxica de desigualdad social, codicia, reacción política y atraso la que ha creado la escandalosa indiferencia hacia la vida humana que se exhibe en Houston.

(Publicado originalmente en inglés el 9 de noviembre de 2021)

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